Si alguien dice que el nacionalismo es un gran problema en España, es difícil que encuentre quien le contradiga. Pero ese problema no procede tanto de los llamados nacionalismos periféricos (principalmente catalán y vasco), sino más bien por el propio nacionalismo ‘español’, principalmente de su sector más rancio. Sus constantes salidas de tono, su nulo respeto a la diversidad cultural de los territorios y la oscura historia de las élites centralistas, lo han convertido en una auténtica fábrica de independentistas. Podría decirse, sin temor a equivocarse, que el nacionalismo español ha herido de muerte a la única España posible.
No
puede decirse que el párrafo anterior pille por sorpresa a nadie. Al fin y al
cabo, tradicionalmente, España ha sido el país de la ‘patria chica’. Un lugar
donde el sentimiento regional, el apego a las costumbres propias de cada
núcleo urbano/social, se impone de sobremanera al sentimiento común. Un
territorio en el para más INRI, los sectores más centralistas han impuesto su
doctrina a sangre y fuego en más de una ocasión.
El
batiburrillo histórico del país en lo que a esta cuestión territorial se
refiere, mirado desde un prisma más social, puede verse en el recomendadísimo
libro ‘El Laberinto
Español’, del historiador e hispanista Gerald Brenan. A
continuación os dejo con una cita del mismo:
“En lo que puede llamarse su situación normal, España es un conjunto
de pequeñas repúblicas, hostiles o indiferentes entre sí, agrupadas en una
federación de escasa cohesión. En algunos grandes periodos (el Califato, la
Reconquista, el Siglo de Oro) esos pequeños centros se han sentido animados por
un sentimiento o una idea comunes y han actuado al unísono; mas cuando
declinaba el ímpetu originado por esa idea, se dividían y volvían a su
existencia separada y egoísta. Esto es lo que ha dado su carácter espectacular
a la historia de España. En lugar de unas fuerzas que se van formando
lentamente, como es el caso de otras naciones europeas, se han sucedido
alternativamente los minúsculos conflictos de una vida tribal y unas grandes
explosiones de energía que, económicamente hablando, surgen de la nada.”
EL LABERINTO ESPAÑOL - Gerald
Brenan
A
esa situación territorial histórica han contribuido notablemente las élites
eclesiásticas y gubernamentales del país durante siglos, el caciquismo
imperante que tanto tiempo ha perdurado y toda una amalgama de cuestiones que
han definido la historia de España.
"Los nacionales", cartel del bando republicano |
Cómo no acordarse también de la dictadura nacional-católica que gobernó con mano de hierro
durante más de 40 años en el siglo XX, tras una cruenta guerra civil en la
que probablemente se perdió la última oportunidad de conseguir un estado republicano, federal y laico que diera salida tanto a las aspiraciones
nacionalistas (burguesas o no), como a las necesidades de la clase obrera y
campesina mayoritaria. Una dictadura que ensalzó hasta el infinito valores
retrógrados, que aplastó esa visión de la España de los Pueblos, la tricolor,
moderna, plurinacional, progresista y
social imponiendo su España rojigualda de toros, paella, sol, picaresca y misa de los domingos. No es de extrañar
pues que en muchos sectores de la población (y no sólo independentistas) todos
esos símbolos patrios provoquen
cuanto menos urticaria.
La unión de pueblos. Cartel republicano. |
Y tras
ella, una transición que, lejos de ser modélica, no
sólo no rompió con el pasado totalitario sino que encima fue guiada en gran medida por aquellos que
formaron parte de él. El aplastamiento de las opciones políticas que no
tragaban con aquel paripé no cesó, y los presos
políticos no desaparecieron
en el estado que surgía (como en los casos de Arnaldo
Otegi, de la izquierda
abertzale vasca, o Manuel Pérez, secretario
general del PCE(r)).
Como suele
decirse, de aquellos polvos
vienen estos lodos. Tenemos
una España repleta de símbolos rancios y caducos, vanagloriados por el
nacionalismo de la peor calaña.
Resulta denigrante que cualquier manifestación o reivindicación nacionalista de
los pueblos que conforman el país sea vista desde los sectores más rancios como
un intento de ‘romper’ España, siguiendo la tradición nacional-católica, cuando
la realidad es que son ellos quienes con su actitud no hacen
sino fomentar el odio a esa
idea de España que ellos
representan, como han hecho siempre.
La histórica manifestación catalana de esta semana, que sin duda traerá
cola, unida a las importantísimas elecciones
vascas de octubre en las que
una fuerza política independentista (y de marcado carácter socialista) parte con opciones
de victoria, muestran un momento clave en la historia del país que puede dar
lugar a una nueva e inaudita situación política. Aunque todo apunta a
que desde la derecha nacionalista española se hará lo posible para aplastar cualquier divergencia.
Parte de razón tienes, sin duda, pero todos venimos de un padre y de una madre, y el padre y gran alimentador de los nacionalismos periféricos (vasco y catalán principalmente ) es Franco. Son todos lo mismos perros con distintos collares.
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